El estudio analizó los efectos de CBV y THCV en un pequeño gusano llamado Caenorhabditis elegans, un organismo microscópico muy utilizado en investigaciones científicas debido a que, a pesar de su simplicidad, comparte una gran cantidad de funciones celulares y mecanismos genéticos con los seres humanos, lo que lo convierte en un modelo ideal para explorar posibles efectos terapéuticos de nuevos compuestos.
Al aplicar estos compuestos, los investigadores vieron que los animales reaccionaban menos ante estímulos dolorosos. Pero cuando usaron gusanos modificados para que no tuvieran ciertos receptores relacionados con el dolor, el efecto desapareció. Eso sugiere que estos cannabinoides actúan sobre mecanismos biológicos concretos para reducir la sensación dolorosa.
Lo interesante es que, a diferencia del THC, ni el CBV ni el THCV provocan efectos psicoactivos. Por eso llaman la atención, a la comunidad científica, como posibles analgésicos. Claro que un gusano no es un ser humano. Aun así, estos resultados abren una puerta y, si en el futuro se confirman efectos similares en mamíferos, podríamos estar ante alternativas para tratar el dolor sin recurrir a fármacos más agresivos o con potencial adictivo.
En un momento donde la crisis de los opioides sigue presente y millones viven con dolor crónico, investigar la amplia gama de cannabinoides no solo es útil, sino urgente. Explorar estas vías es apostar por una medicina más precisa, al servicio de quienes más la necesitan y dejando de lado los estigmas sobre el cannabis.
 
   
   
 
 
 
 
 
 
 
 
   
   
   
  