Durante la última década, en Estados Unidos, la FDA ha designado como "terapia innovadora" a compuestos como el MDMA y la psilocibina, junto con resultados prometedores en ensayos clínicos y una amplia cobertura cultural, legitimaron el interés público por los psicodélicos. Sin embargo, la aprobación federal no llegó y la oferta legal siguió limitada. Ese desfase abrió espacio a una sinnúmero de marcas que buscan estandarizar dosis, empaques y formatos con el objetivo de promover un consumo más responsable.
Hay que tener en cuenta que el crecimiento de este mercado no ha sido homogéneo. En Jamaica, la psilocibina no está criminalizada y el mercado de productos con "hongos mágicos" –desde microdosis hasta chocolates– opera a la vista, incluso con apoyo turístico. En los Países Bajos, las trufas de psilocibina se venden legalmente en smart shops, aunque el hongo en sí está prohibido. En Estados Unidos, el panorama mezcla ciudades con despenalización y programas estatales regulados. Es el caso de Oregón que ya presta servicios de psilocibina y Colorado que inició su implementación con un mercado que utiliza estética, empaques y rutinas de dosificación propias del gran consumo.
Pero el crecimiento también expone riesgos. En 2024, Chocolates y gominolas de la empresa Diamond Shruumz fueron investigados y retirados después de estar relacionados con al menos 73 hospitalizaciones en 34 estados y con tres muertes potencialmente asociadas. La compañía dijo que sus productos contenían muscimol (Amanita muscaria), pero la FDA detectó, además, otras sustancias no declaradas entre ellas DMT y psilocina.
Ante la heterogeneidad del mercado, iniciativas comunitarias y privadas intentan fijar reglas de juego con pruebas caseras que acercan verificación básica de identidad y potencia. Los laboratorios como Tryptomics publican datos de contenido y variabilidad en comestibles y proyectos como Hyphae han contribuido a normalizar la medición de psilocibina. Aunque estas herramientas no sustituyen un control sanitario integral, sí son una capa de seguridad en entornos donde la trazabilidad es escasa o nula.
A la par, han emergido comunidades religiosas que integran psicoactivos como sacramento, lo que suma complejidad jurídica a la oferta de servicios y productos. Estimaciones académicas y periodísticas sitúan en cientos las iglesias psicodélicas activas en EE UU, operando entre la libertad religiosa y un marco federal que mantiene estas sustancias bajo control. Todo ello se cruza con la popularidad de la microdosificación y el interés de personas usuarias que buscan opciones fuera del alcohol o psicofármacos, como indican encuestas recientes sobre uso de psilocibina.
El auge de los psicodélicos y los diferentes formatos de consumo no es solo un capricho comercial, sino la expresión de una demanda instalada y de un ecosistema que ya opera con lógicas industriales. La pregunta de política pública no es si el mercado existe, sino cómo ordenarlo con estándares, trazabilidad e información clara.
