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Psicodélicos para ejecutivos: entre el bienestar corporativo y la productividad

Un artículo publicado en el sitio especializado DoubleBlind, da cuenta del auge de los retiros psicodélicos para ejecutivos donde abundan las experiencias con psilocibina, ketamina u otras sustancias que prometen liderazgo “consciente” y rendimiento sostenido. Sin embargo, la pregunta que surge es ¿qué pasa cuando estas sustancias se usan para rendir más, mientras la mayoría de los usuarios siguen siendo criminalizados?

La conexión entre Silicon Valley y los psicodélicos es conocida y va desde el mito de Steve Jobs hablando de las bondades del LSD hasta a la moda de las microdosis como una herramienta de expansión mental y que suele narrarse como una ventaja competitiva en el mundo corporativo.

El ejemplo central, en el que se basa el artículo de DoubleBlind, es en la propuesta de Murray Rodgers, ex ejecutivo que comercializa, en Canadá, retiros bajo la marca “The Psychedelic C.E.O.”, donde se mezcla el  yoga, la respiración consciente, ceremonias con hongos y una promesa de decisiones más claras y equipos más empáticos.

El modelo de negocio de Murray recicla una impronta setentera donde las guitarras, los espacios que incluyen la madera en su diseño y la espiritualidad están presentes. Sin embargo,  el punto crítico está en la supuesta "muerte del ego" que provocan estos retiros y que se presenta como una mejora individual y productiva, no como un choque con el sistema que produce el privilegio.

La psilocibina sigue siendo ilegal en gran parte del planeta, aunque proliferan tiendas y también los operativos policiales. La contradicción que se da en este punto es que un ejecutivo puede pagar un retiro premium y contar la experiencia como una mejora para su “marca personal”, mientras otras personas arriesgan sanciones por prácticas similares porque, a fin de cuentas, no es solo sobre drogas, es también sobre quién puede asumir riesgos y quién enfrenta el costo.

El punto más filoso del artículo es la brecha de acceso. Para una minoría, los psicodélicos circulan como “experiencia” o “terapia” a los que se puede acceder a través de retiros, facilitadores, hoteles, tiempo libre y, en algunos casos, la posibilidad de viajar y reducir el riesgo legal tras el consumo. Para el resto, el contacto suele darse en el mercado informal o en zonas grises, con mayor exposición a controles policiales, sanciones y estigma. La misma práctica -consumir psilocibina- cambia de significado según la billetera que la rodea.

Esa desigualdad deja la sensación de que, con dinero, la sustancia se presenta como herramienta de desarrollo personal y de eficiencia laboral. Por el contrario, sin dinero sigue operando el relato clásico de “droga peligrosa”, y cuando el bienestar psicodélico se vende como ventaja competitiva, la promesa de transformación queda capturada por el privilegio, mientras la criminalización continúa marcando quién puede explorar y quién paga el costo.

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