Los propietarios son consumidores de cannabis para fines medicinales desde mucho tiempo. Tras años consiguiendo el cannabis a través de servicios de reparto ilegal la pareja acabó harta, por la calidad del material que conseguían y por no poder saber qué estaban consumiendo exactamente, así que decidieron probar a hacerse distribuidores ellos mismos. Empezaron a comprar cannabis a productores y a analizarlo para conocer su contenido en cannabinoides y asegurarse de que no estaba contaminado.
Por aquella época una amable discusión entre amigos sobre las habilidades del perro de la pareja terminó con una apuesta: “Apuesto a que no podéis entrenar al perro para hacer algo realmente genial, como pintar”, retó un amigo a la pareja. En unas semanas el perro, llamado Sudo (en la imagen), había aprendido a manejar un pincel con la boca y a restregarlo en un lienzo con pintura.
Estos hechos aparentemente inconexos han acabado permitiendo una salida alegal para el cannabis que la pareja distribuye. La galería ha sido abierta para vender las obras de arte que produce el perro Sudo, y con estas se regala cannabis o derivados, de forma que cumplen con la normativa del Distrito Federal, que sí permite regalar cannabis.