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La dosis Por Martín Bellaco Ilustración de Cristóbal Fortúnez
Cristóbal Fortúnez

Pese a la desinformación, el oscurantismo y el alarmismo populista promovido por la maldita prohibición, actualmente los usuarios de drogas podemos obtener información veraz y contrastada. Lo cual no quita para que se siga haciendo el idiota con respecto a la dosis. 

Hola. Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim es el impresionante nombre real de una persona importantísima que pasaría a la historia como Paracelso, pseudónimo que él mismo se puso en homenaje al galeno romano Celso. Nuestro querido Paracelso fue un médico, alquimista, astrólogo y protoquímico suizo de gigantesca influencia, que en cuarenta y siete años de vida tuvo tiempo de descubrir y nombrar el zinc, inventarse el láudano y, según algunos, transmutar el plomo en oro, y que se convirtió en el padre de la farmacología moderna gracias a su irrefutable máxima: “Dosis sola facit venenum”, traducible al castellano como ‘Solo la dosis hace el veneno’. Cuatrocientos cincuenta y cinco años después de la muerte de Paracelso, un compatriota suyo, que también acabó entrando por derecho propio en la historia, Albert Hoffman, afinó definitivamente el concepto con su fría precisión suiza: “La frontera entre lo útil, lo inútil y lo perjudicial depende evidentemente de las dosis. Y no solo de las dosis singulares, sino de su frecuencia por unidad de tiempo”. 

En el ámbito de los usuarios de drogas, la cuestión de la dosis es absolutamente crucial. De hecho, con una educación farmacológica básica, el control estricto de las dosis y la verificación de la pureza de los productos, bastaría para manejarse con tranquilidad y seguridad en dicho ámbito. Desgraciadamente, como las drogas están prohibidas, aunque las tome todo aquel que quiera, sigue reinando en buena medida el oscurantismo. Lo que nos lleva a pensar que el verdadero objetivo, digamos filosófico, de la prohibición fue, y sigue siendo, ocultar el hecho cierto de que pueden consumirse todo tipo de drogas con la normalidad que a cada cual le parezca, sin tener que encajar obligatoriamente en el rol de demente irresponsable, adicto descerebrado, pobre víctima idiotizada o desgraciado enfermo. Todos esos supuestos, y otros incluso más dantescos, ocurrirán en cierta medida, más allá de que las drogas sean legales o estén prohibidas. 

Está claro que, pese a la desinformación, el oscurantismo y el alarmismo populista promovido por la maldita prohibición, actualmente los toxicómanos podemos obtener información veraz y contrastada. Lo cual no quita para que se siga haciendo el idiota con respecto a la dosis. Por ejemplo, nadie en su sano juicio comprará los antibióticos que le prescriba el médico, los pondrá en una bolsita y se los administrará mojando el dedo e impregnándolo en el polvillo para luego pasar la bolsa a otros enfermos de bronquitis. De hecho, quien haga eso parecerá un loco o un mamarracho. Pues una parte de los consumidores de éxtasis lo toma así de neciamente, derivándose de ello molestas sobredosificaciones que, lejos de potenciar el efecto, aumentarán estúpidamente los efectos secundarios indeseados y someterán a sus órganos a un nocivo y gratuito sobreesfuerzo. 

Todo ello se evitaría si pudiésemos acceder a la sustancia pura. Así, y sabiendo que nunca deben rebasarse los dos miligramos por kilo de peso, si es posible en tres tomas, nos drogaríamos mucho más tranquilamente; con la certeza, además, de que el MDMA es una sustancia muy segura. Por el contrario, hemos de adquirir nuestra droguita en el mercado negro, fiarnos de la buena fe, los contactos o los conocimientos de un camello random y cruzar los dedos. 

Hay muchos más ejemplos de dosificaciones desvariadas. Probablemente esté la cocaína en lo más alto del ranking, por ser, sin duda, la sustancia más difícil de dosificar, especialmente de noche, más o menos perjudicado y entre las cuatro angostas paredes de un baño mal iluminado. Si el clorhidrato de cocaína fuese puro bastarían treinta milígramos cada vez para no excedernos y mantener la estimulación eufórica sin caer en la ansiedad y la estupefacción hiperestimulada.

Más intríngulis tiene lo del 2CB. La maravillosa feniletilamina psiquedélica sintetizada por Sasha Shulgin tiene un triple rango de acción, según la dosis: con diez miligramos tenemos un pedo suave, empático y muy compatible con el MDMA; con hasta veinte miligramos alcanzaremos un ciego netamente psiquedélico con distorsión sensorial y visiones; dosis altas, de entre veinte y cuarenta milígramos, provocarán una experiencia fuerte, incluso extrema. Eso por vía oral, porque esnifado hace el doble de efecto y habría que reducir, por tanto, la dosis a la mitad. Menos mal que lo que se vende por ahí como tusibí no suele llevar 2CB, sino una mezcla de keta, MDMA y cafeína, porque si no…

En fin, tengan siempre presente la máxima del gran Paracelso y acertarán. Como yo, que para no pasarme con la dosis, ahora mismo me callo y me voy. Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #309

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