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Que veinte años no es nada…

Veinte años, tanto tiempo. Dedicándome a seguir, día a día, mes a mes, las noticias sobre drogas, me resulta inevitable tener a veces la sensación de que nada se mueve, que nada avanza, y que la ortodoxia prohibicionista sigue manteniendo vigente la guerra contra las drogas en general, y contra el cannabis en particular, pese a todas las evidencias en contra. Pero ahora, alejándome del cuadro para poder contemplar la escena global de los últimos veinte años, me es imposible no darme cuenta de las enormes transformaciones que ha sufrido la política sobre el cannabis, a nivel tanto nacional como internacional. “Veinte años no es nada”, dice el tango. Pero han pasado muchas cosas.

Veinte años, tanto tiempo. Dedicándome a seguir, día a día, mes a mes, las noticias sobre drogas, me resulta inevitable tener a veces la sensación de que nada se mueve, que nada avanza, y que la ortodoxia prohibicionista sigue manteniendo vigente la guerra contra las drogas en general, y contra el cannabis en particular, pese a todas las evidencias en contra. Pero ahora, alejándome del cuadro para poder contemplar la escena global de los últimos veinte años, me es imposible no darme cuenta de las enormes transformaciones que ha sufrido la política sobre el cannabis, a nivel tanto nacional como internacional. “Veinte años no es nada”, dice el tango. Pero han pasado muchas cosas.

20 años no es nada

California: 1996-2016

Desde un punto de vista internacional, hay dos acontecimientos que enmarcan con precisión estos últimos veinte años, y ambos tuvieron lugar en la Costa Oeste de Estados Unidos, en el estado de California. En 1996 se aprobó por referéndum la Proposición 215, que autorizaba el consumo de marihuana con finalidades terapéuticas. Se necesitaron veinte años para que se aprobara allí, también por referéndum, su consumo recreativo. Fue en noviembre del 2016.

No puede minimizarse la importancia de la victoria del referéndum californiano en 1996. En primer lugar, permitió visualizar el cambio de narrativa que estaba teniendo lugar en la guerra contra el cannabis, englobada indisolublemente en la guerra contra las drogas. En California, tras la dramática irrupción del sida entre la comunidad homosexual de allí, se constató que el consumo de cannabis paliaba los síntomas de los enfermos y mejoraba su calidad de vida. Y empezó a cambiar el relato: la policía, que antes salvaba a la sociedad de los peligros de la droga, ahora perseguía a enfermos. Y resultaba difícil justificar que se hacía por su bien. La cuestión es que la puesta en marcha de la legalización tuvo grandes efectos: hizo florecer la industria cannábica legal, y normalizó los consumos, sin que se hicieran realidad las previsiones catastrofistas de los prohibicionistas. Con la normalización del consumo terapéutico creció la dificultad entre la distinción del consumo médico del recreacional. Al tiempo, el fenómeno se extendió a otros estados. De este modo, en el país donde se inició la persecución del cannabis, en estos veinte años ha sucedido lo impensable: la legalización del cannabis medicinal se ha extendido a dieciséis estados, y ya son siete los que han legalizado su uso recreativo: Oregón, Washington, Ohio, Colorado, Alaska, Washington DF y California, al tiempo que el Gobierno federal respeta abiertamente las diferentes legalizaciones estatales. Tras la legalización en California –el motor económico de Estado Unidos–del cannabis recreativo en el 2016, parece solo una cuestión de tiempo que el fenómeno antiprohibicionista se extienda, estado a estado, hasta llegar a nivel federal. Y el ejemplo de Estados Unidos, donde nació la prohibición, ha empezado a extenderse: Uruguay se convirtió en el 2014 en el primer país en legalizar la marihuana y sustituir la prohibición por regulación.

España: todo ha cambiado, siguiendo todo igual

Y mientras esto tenía lugar a nivel internacional, en España el cambio ha sido también radical, pero con un ingrediente distintivo: si bien en Estados Unidos los cambios reales han venido siempre precedidos de modificaciones legales, en España ha sido la realidad social la que se ha adelantado a cualquier cambio legal de fondo. Todo es ahora diferente sin que las leyes antidroga se hayan apenas modificado.

Firstdates

La plantación de ARSEC, la primera asociación cannábica de España en 1994, constituyó un acto de desobediencia civil que inspiró un movimiento que aún perdura, y que propició la extensión del autocultivo y los actos de rebeldía militante contra la injusticia prohibicionista por parte de otras asociaciones. Y, por supuesto, Cáñamo, la revista que dotó al movimiento cannábico de voz, información e ideología, al tiempo que contribuyó a normalizar el cultivo y el consumo. Ahora, veinte años más tarde, no hay nadie que no conozca a algún consumidor, lo que impide mantener una imagen demonizada de quienes usan cannabis. No se trata tanto de haber visibilizado los consumos, que ya eran visibles antes en las plazas y calles de nuestras ciudades. Es más bien que se ha visibilizado la normalidad de los consumidores, y que quienes antes asociaban marihuana con droga, y droga con delincuencia y marginalidad, ven ahora que hay gente normal, mucha gente, que consume cannabis con la misma naturalidad que otros pueden consumir cerveza. Se ha normalizado también el cultivo. Tanto es así que gran parte de la población ha creído durante estos últimos años que el cultivo personal estaba legalizado y que existía algo así como un número máximo de plantas autorizado. El acceso a las semillas de cannabis es ahora total, pudiendo escoger entre las mejores genéticas. Por no hablar de los avances en el cultivo, con la aparición de las variedades feminizadas, primero, y de las autoflorecientes después. Para entender el cambio, una anécdota: en verano de 1995, la revista Ajoblanco publicó en Barcelona su primera edición especial dedicada al cultivo de marihuana, y regaló con cada ejemplar una bolsita repleta de semillas para que los lectores pudieran practicar. El escándalo fue tremendo. La Guardia Urbana recibió la orden de retirar todos los ejemplares de la revista de los kioscos y detuvo al editor, quien tuvo que mostrar la factura donde quedaba claro que se trataba de cañamones, comprados en una pajarería, perfectamente legales y sin ningún potencial psicoactivo. De aquel pánico social, a la normalidad actual.

Pero más impresionante aún es la normalización de la oferta. Viviendo en Barcelona, no deja de sorprenderme que sea posible acudir a un local donde escoger entre diversas variedades de marihuana de modo similar a como ocurre en Ámsterdam. Ya no hace falta viajar a los Países Bajos para tener una muestra de libertad y tolerancia cannábica. Hace veinte años algo así resultaba impensable, en tanto que ahora todos los partidos hablan ya de regular estas situaciones, pero no de prohibirlas.

Pero, sorprendentemente, no han sido los cambios legislativos los que han hecho posible este panorama tan alejado del de hace veinte años. Lo que demuestra que las leyes van a menudo a remolque de la realidad social. Han sido la normalización social, los cambios de percepción, la desobediencia civil y las interpretaciones más flexibles por parte de jueces y fiscales los que han permitido un cambio tan espectacular sin haber creado tensiones sociales. El problema es que esta contradicción entre la realidad de iure y la realidad de facto deberá resolverse en algún momento. Y puede hacerse de dos modos: admitiendo la obsolescencia de las leyes, modificándolas para hacerlas más tolerantes, o intentando una vez más que sea la realidad la que se adapte a la legislación, volviendo a la represión prohibicionista de hace veinte años.

Internet, motor del cambio

Estos últimos veinte años han sido los de la extensión del uso mundial de internet. Si la primera víctima de las guerras es siempre la verdad, la aparición de internet permitió que en la guerra contra las drogas la información y la verdad sufrieran un poco menos. Internet permitió acercar a cualquier persona datos, razonamientos e ideas heterodoxos a los que hasta entonces era difícil acceder. Internet ha aportado conocimiento y, al mismo tiempo, ha permitido sincronizar esfuerzos y coordinar actuaciones a un nivel nunca experimentado antes en la historia humana. Y resulta difícil plantearse cómo se desarrollarán los próximos veinte años sin tener en cuenta la expansión de dos realidades de internet, aún germinales, y que adquirirán su madurez en los próximos años. Por una parte, la extensión de los pagos electrónicos mediante monedas digitales, como el bitcóin, y, por otra, la extensión de métodos de anonimización como TOR facilitarán la aparición y extensión de “supermercados de la droga”. Silk Road fue el primer fenómeno planetario de venta en línea de drogas ilegales, y su cierre por parte de las autoridades norteamericanas solo sirvió para multiplicar las ofertas alternativas. Esta oferta de drogas por internet apartará definitivamente el tráfico de drogas de las calles, al tiempo que la propia competencia entre proveedores hará que aumenten la calidad, la homogeneidad y la seguridad de los productos. El consumo de las drogas que en cada momento estén más estigmatizadas tenderá a invisibilizarse, y los circuitos comerciales, al por mayor y al detalle, serán más indetectables.

Nerd shit

Sobre la libertad

Otra reflexión respecto a estos veinte últimos años. Cuando empecé a escribir mensualmente mis opiniones sobre la prohibición de las drogas, pronto me inquietó saber si realmente tenía sentido lo que estaba haciendo. Me daba la sensación de que los argumentos estaban ahí para quien quisiera verlos. Y creía que en el discurso prohibicionista primaban tanto las emociones respecto al razonamiento, y los prejuicios respecto a los datos, que no podía esperar hacer cambiar con mis argumentaciones a nadie que no pensara ya como yo. Escribí entonces un artículo, “¿Vale la pena seguir defendiendo lo obvio?”, en el que explicaba las conclusiones a las que había llegado: no debía escribir para convencer a quienes tuvieran posiciones contrarias a las mías, sino para dotar de argumentos y razones a quienes podían inclinarse a posturas antiprohibicionistas pero carecían de la base ideológica para defenderlas.

La defensa de la libertad individual frente a los autoritarismos paternalistas ha querido ser siempre el eje principal de mis argumentaciones. Y aunque los cambios que se han vivido con relación al cannabis son reales e impresionantes contemplados en perspectiva, no deja de inquietarme que la defensa de la libertad individual rara vez ha sido el motor principal de estos cambios. Sigo teniendo la impresión, tal vez hoy más que nunca, de que son muchos quienes no quieren tanto ser libres como que su amo sea justo. Si este hubiera sido un artículo respecto a la evolución de las libertades individuales en estos veinte años, mi visión hubiera sido mucho más pesimista. Dentro de veinte años, ya os volveré a contar.

Ilustraciones: Marta Altieri

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #236

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