China no es precisamente un país amigo de las drogas, al menos de las ilegales, y así lo demuestra la alta proporción de sentencias a muerte dictadas contra quienes se dedican al narcotráfico. Por ejemplo, aunque la marihuana crece prácticamente como la mala hierba en varias provincias del país, su consumo está penado y la sociedad lo rechaza de forma tajante, tal y como pudo comprobarse con casos tan sonados como el del hijo de Jackie Chan. Sin embargo, todo ese riesgo y estigma no es óbice para que haya organizaciones dedicadas a la producción y venta de narcóticos. Uno de los casos más sonados de las dos últimas décadas ha sido el de Liu Zhaohua, cuya historia suele reaparecer en los medios de comunicación de forma más o menos periódica. En el año 2012, el canal de televisión Beijing Satellite TV dedicó un programa a su vida delictiva, y fue entonces cuando comenzó a hacerse conocido en todo el país, aunque previamente su rostro ya había aparecido varias veces entre los más buscados.
El bueno de Liu nació en Fujian en el año 1965 y desde muy joven destacó en la asignatura de química, hasta el punto de obtener un premio de nivel provincial cuando cursaba la secundaria. No obstante, a los dieciséis años tuvo que abandonar los estudios debido a las dificultades económicas de su familia (su padre falleció cuando él tenía doce años). Ante tan difícil tesitura, Liu mintió acerca de su edad para poder enrolarse en el ejército y así poder acceder a una vida dura aunque a salvo de las penurias de quienes no trabajaban para el estado. Allí nuestro protagonista volvió a destacar por su inteligencia y, al cabo de dos años, fue enviado a una academia de la policía armada. En el año 1987 se graduó y fue promovido a un cargo relativamente alto dada su breve formación, para más tarde ocupar un puesto en la policía judicial, aunque finalmente se las arregló para acabar en la rama gubernamental dedicada a captar inversión extranjera, una profesión en alza durante aquellos primeros años de las reformas económicas y de apertura. Así es como conoció a un empresario de Taiwán, con el que hizo buenas migas y al que expresó su deseo de prosperar en los negocios. Conmovido por su situación, el empresario taiwanés le explicó que podía hacer dinero con la venta de metanfetamina, una sustancia que había sido sintetizada y comercializada por los japoneses durante la segunda guerra mundial y que podría ser bien recibida por su faceta recreativa. Pero el taiwanés fue más allá y proporcionó a Liu cien gramos de efedrina, el compuesto a partir del cual se obtiene esta droga, sugiriéndole la lectura de una serie de libros que explicaban los procesos para su producción.
Ni corto ni perezoso, Liu se puso manos a la obra y realizó su primer intento de obtener metanfetamina en la habitación de un hotel de poca monta. Pese a ser su primera prueba, al cabo de unas horas ya contaba con una pequeña cantidad de producto, que envió de vuelta a su amigo taiwanés. Pero por aquel entonces Liu no tenía ni idea del precio al que podía cotizar este psicoestimulante, y en lugar de dar el salto al narcotráfico, prefirió mezclarse con su colega en otra serie de aventuras relacionadas con el contrabando y la creación de una empresa pantalla, hasta que el gobierno chino se puso serio y el amigo de Liu tuvo que volver a Taiwán para no regresar.
Poco después recibió la visita de un viejo compañero del ejército, quien volvió a hablarle sobre la producción de metanfetamina y le abrió los ojos sobre la cantidad de dinero que se podía llegar a ganar, momento en el que decidió abandonar su puesto en la policía y regresar a su ciudad natal para dedicarse de lleno al negocio de la droga. Liu aplicó los conocimientos adquiridos en materia de fraude y abrió una fábrica con la que disimular su verdadera actividad y blanquear sus ganancias. Además, viajó hasta Xi’an para preguntar a un profesor sobre el proceso de cristalización, y al darse cuenta de lo controlado que estaba el acceso a la efedrina, investigó por su cuenta hasta dar con la butanona (C4H8O).
Al poco tiempo de llevar a la práctica sus nuevos conocimientos, ya era propietario de una vistosa villa con todos los lujos y un pasadizo subterráneo conectado a una embarcación para escapar en caso de que la policía se presentase de visita. Ahora bien, cabe destacar que Liu nunca consumió drogas y nunca vendió su material en el mercado continental, sino que lo dirigió a Taiwán, Japón, Tailandia, Birmania y a otros países vecinos.
En el año 1996, uno de sus socios de distribución fue detenido por la policía y Liu se dio a la fuga, abandonando a su mujer y a sus hijos, y se escondió en un templo budista, donde pasó cinco días reflexionando sobre la dirección que estaba tomando su vida. Pero, por lo visto, la conclusión de aquel paréntesis espiritual fue que debía seguir intentándolo con las anfetas, y decidió viajar a la ciudad cantonesa de Puning, por aquel entonces un importante centro del narcotráfico, para descubrir que por todas partes aparecía su cara acompañada de un “Se busca”. Entonces viajó a la isla de Hainan, el Hawái chino, donde pasó un año, hasta que las cosas se tranquilizaran, y de paso formó otra familia.
De regreso en Puning, Liu decidió ir a por todas y produjo la friolera de treinta toneladas de metanfetaminas en solo un par de meses, de las que logró comercializar diecinueve. Las once toneladas restantes acabaron en manos de la policía tras una redada, y se convirtieron en el alijo del año y uno de los mayores de la historia, pues dobló la cantidad total de cristal incautado en el resto del mundo.
La operación policial tuvo lugar en Guangzhou, capital de la provincia de Cantón, y Liu se las apañó para escapar de la ciudad nada menos que en bicicleta. Después de cruzar medio país acabó en Qingdao (provincia de Shandong) y se dedicó a la venta de lotería con una identidad falsa, con tan buena fortuna que obtuvo un premio de más de un millón de yuanes, una cifra de infarto allá por el año 2000. Ante semejante golpe de suerte, Liu se convenció de que debía tratarse de una señal del destino, pero no para retirarse o abrazar una vida de inversiones legítimas, sino para volver a la carga con la producción de anfetaminas, pero esta vez en la provincia de Guangxi, de vuelta en el sur.
Su nueva tapadera consistió en la plantación de tejos chinos, aunque más tarde declararía que este fue el logro del que más se enorgullecería en su vida. Gracias a esta iniciativa y a sus contratos con el gobierno local, Liu se codeó con la élite de Guilin, y le fue bastante bien mientras seguía a lo suyo. Es más, un día hasta fue alabado cual héroe en un periódico local por haber capturado a un ladrón.
Su grado de confianza era tal que solicitó al gobierno el uso de una cueva cercana a su explotación de tejos a modo de almacén, con la intención de instalar un laboratorio. Pero un día que estaba de comida con sus amigos del gobierno, su rostro apareció en la tele bajo la categoría de forajido peligroso y alguien hizo una broma sobre su notable parecido, lo cual motivó que volviese a fugarse para acabar escondido en una cueva (diferente a la del laboratorio) durante quince días.
Tras aquel nuevo paréntesis para la reflexión, el narco se convenció de que el lugar más peligroso podía ser el más seguro y decidió volver a su ciudad natal, en la que fue detenido justo el día en que cumplía cuarenta años. Era el año 2005 y Liu se convirtió en el narco capturado más famoso del país. Para entonces ya se había casado tres veces y tenía cuatro hijos, a los cuales dejó huérfanos, ya que la justicia lo sentenció a muerte; fue ejecutado el año 2009.
Sin embargo, todavía se le recuerda mucho por sus aventuras y por el carácter ocurrente y bonachón que demostró en algunas entrevistas durante su detención, en las que pronunció declaraciones tan sonadas como aquella de que decidió vender anfetaminas en el extranjero como una especie de revancha por el modo en que las potencias extranjeras forzaron la entrada de opio en la China imperial. Al preguntarle si se arrepentía de lo hecho respondió que él no había hecho daño a nadie y que era difícil determinar su culpabilidad, en la medida en que no había obligado a nadie a consumir drogas, sino que simplemente se había limitado a satisfacer una demanda.
Otras condenas chinas
Javier Telletxea ofrece sus crónicas sobre el país asiático en su canal de YouTube (Jabiertzo) y en su blog (www.historiasdechina.com), donde se publicó originalmente este artículo.