Trini me había pedido que la acompañase a un picnic en Madrid Río. Ha llegado el buen tiempo y la Trini está empeñada en que el sexo es la solución para todo. También para esta melancolía que yo pensaba provocada por las lluvias. “Clarita, lleva tres semanas sin caer una gota, y a ti el chocho se te va a pudrir de usarlo solo para mear”. El plan era una comida en la ribera del Manzanares con los compañeros de su curso de cocina japonesa. Había al menos dos hombres que, según ella, respondían al prototipo que me vuelve loca: “Delgados, intelectuales, despeinados y aficionados al porro”. “No les digas que eres una capo de la marihuana, que no es bueno impresionar demasiado a los hombres, que luego no se empalman”.
Hacía un sol en el límite de lo soportable y el sushi estaba riquísimo. A mi lado se sentó Germán, uno de los sementales que a decir de la Trini podía devolverme la alegría. Era simpático y guapo; aunque a mí me gustó más Palo (así lo llamaban), encargado de servir los platos, mucho más feo que Germán, pero con un punto de ir a su bola que me ponía mucho. Germán era demasiado solícito y me daba la impresión de que había sido prevenido por la Trini sobre mis necesidades sexuales.
El sol de finales de primavera provoca en mí efectos afrodisíacos. Tras el postre un helado de judías verdes y alubias rojas, me tumbé en el césped fantaseando. No sé qué fue primero si la ensoñación de que me follaran los dos a la vez o el picor en la vagina, ese calor palpitante que en mi caso ha sido origen de algún que otro arrepentimiento en mi vida pasada. Fuera lo que fuese, allí estaba el picor y la fantasía. Para no irme detrás de un matorral a masturbarme, ni abalanzarme sobre Palo y Germán, me incorporé y me lie un porro. En la primera calada se me acercaron los dos y se pusieron uno a cada lado a decir tonterías esperando que les pasara el canuto. Fumamos y nos recostamos boca arriba, de cara al sol. Palo dijo que podíamos contar estrellas y los tres nos reímos porque quedaba mucho para la noche. Yo tenía unas ganas locas de ser penetrada como una perra por ambos, en medio de aquel parque, con el sol dándome de lleno en el chichi. Germán usaba colonia, lo cual no era del todo de mi agrado, pero a Palo le cantaba sutilmente el sobaco, lo suficiente como para imaginar el olor de su polla.
Germán fue el primero en caer. Literalmente: se levantó, dijo no sé qué de y se desplomó. A continuación, tumbado como estaba, torció la cabeza y devolvió. El calor que había llegado de golpe, el pescado crudo –reconocible entre el engrudo del vómito–, la cerveza japonesa, el porro al sol o todo junto, revuelto y devuelto. Germán se fue del parque.
Palo se quedó como cortado, pero yo no podía dejar que se acabara la magia. No eran ni las seis cuando le vi ponerse a recoger los enseres de la comida. “¿Quieres que te ayude?”, le pregunté. “No hace falta”, me dijo el cabrón. Por un momento que se hizo eterno sentí que estaba jugando conmigo. Me recosté de nuevo en el suelo y me encendí otro porro, tratando de llamarlo en vano con mis señales de humo. La Trini se me acercó a preguntarme si estaba bien. Que estaba bien, sí, “bien caliente”, le dije. Y ella entendió y se quitó de en medio. La posibilidad del rechazo de Palo añadió leña al fuego de mi entrepierna. ¿Qué pasa con los hombres en Madrid? ¿De qué tienen miedo?
–Palo, voy al baño y necesito que me acompañes. He fumado mucho y no quiero que me pase como a Germán –le dije sin darle opción a negarse.
Al llegar al baño del merendero, le pedí que pasara y, mientras lo desnudaba, le pregunté que por qué no se abalanzaba sobre mí y me poseía. “Creí que nunca me lo ibas a pedir”, me respondió. Se ve que ahora las mujeres tenemos que explicitar nuestro deseo. Palo resultó tener una buena polla y saber utilizarla. Aunque si soy sincera me corrí nada más metérmela y varias veces, allí, en aquel meadero infecto con olor a pis y a compresa usada.
Ya está aquí el verano.