Fatou y Adama fueron las primeras en dar el aviso: que la hierba olía a mierda y parecía que eran madres descuidadas que no le cambiaban el pañal a sus bebés. Adama y Fatou, en nuestro servicio de venta a domicilio, son las encargadas de recorrer Lavapiés con sus carritos llenos de bolsas de maría camufladas bajo sus regordetes bebés.
En nuestra carta de variedades tenemos un buen surtido de hierbas clásicas y las “Recomendaciones del chef”, que suelen ser híbridos inventados por el Morse. Al principio, las que más se vendían eran la Amnesia y la Silver Haze, y un poco menos la Mango y la Lemon. Poco a poco, sin embargo, empezaron a demandarse algunas de las creaciones del Morse. Primero fue la Roque, una Cheese mejorada que olía y sabía a roquefort, y desde hace un par de semanas la más solicitada es la TorPedo, que huele a mierda. Yo no la he probado porque a mí me gustan más afrutadas, pero según el Morse: “Huele a pedo, te pone pedo y sabe a caca con café”.
El Morse es un ser que vive en su mundo. Si le preguntas dice dos palabras, como los indios o como los marroquís que no saben bien español, y se ríe. Estoy convencida de que el trato con las matas de marihuana compensa su falta de contacto humano. Es como si conociera las claves de eso que llaman inteligencia vegetal y se comunicara de tú a tú con las plantas. La destreza que más admiración causa entre los cultivadores que lo conocen es su capacidad para definir los terpenos de una variedad, los componentes responsables de su aroma y sabor. Marcelo hizo tres veces la prueba de darle la mitad de un cogollo y mandar la otra mitad a un laboratorio para su análisis. Con una exactitud pasmosa, el resultado cromatográfico coincidía con lo que intuitivamente había dicho el Morse.
A Violeta, que cultiva con él, es a la que más cosas le cuenta. Por ella he sabido que la TorPedo la inventó buscando discreción: si olía a mierda en la época de las flores no daría tanto el cante, y pasaría desapercibida para policías y ladrones. No consiguió borrar el perfume cannábico, pero, según Violeta, cuando llegó la floración, en un kilómetro a la redonda, apestaba como si el Morse “hubiera abonado las plantas con sus propios excrementos”. Nada de eso había hecho, simplemente había ido privilegiando en numerosos cruces los terpenos responsables de aquella fetidez. Supongo que también habría influido algo en su fuerte pestilencia que el crecimiento de las matas lo acompañara con la música de su grupo preferido, los infumables Héroes del Silencio.
Cuando el Morse se enteró de que era la variedad más demandada entre una mayoría de clientes se alegró: “TorPedo te lleva lejos en tu pedo”. Luego me dijo misterioso: “TorPedo recuerda hachís culero, por eso gusta”. Aquella alusión al hachís culero me hizo recordar los primeros porros que me fumé, a finales de los noventa, con mi primer novio. Era de hachís de una bellota que venía envuelta en un plástico que olía a mierda, a mierda del que lo había traído en su interior. Mi novio se negaba a sustituir aquel envoltorio pringoso con la excusa de que si lo hacía el hachís se iba a secar. El problema era que el olor a zurullo se te pegaba a los dedos y había que lavarse con Fairy para que se te fuera. Y también que la peste a mierda contagiaba el gusto del porro. Yo creo que por eso duré tan poco con aquel novio y le cogí tanto asco al hachís.
Ironías del destino, muchos años después, nuestro mayor éxito es una variedad que recuerda al costo culero. La prohibición de las drogas ha potenciado conductas de consumo aberrante, porque lo que está detrás del triunfo de la fétida TorPedo es el aroma coprófago de la nostalgia. Ahora que escasean aquellas bellotas plastificadas porque sale más rentable plantar hierba que traerse hachís de Marruecos en el intestino, los compradores de la TorPedo recuerdan al fumarla sus colocones de antaño con sabor a mojón.
En nuestra carta de variedades he puesto: “TorPedo, el regreso a tu primer pedo. TorPedo, el poder de los terpedos”.