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El Violeta’s Club

Violeta tiene un club en el centro de Madrid donde solo entran mujeres. Lo abrió hace tres años en la antigua mercería que heredó de su abuela, y la marihuana, siempre cultivada por ella, la vende a lo que llama precios populares: “¡Precios populares para mujeres singulares!”. Violeta piensa que la emancipación de la mujer será cannábica o no será.

Violeta tiene un club en el centro de Madrid donde solo entran mujeres. Lo abrió hace tres años en la antigua mercería que heredó de su abuela, y la marihuana, siempre cultivada por ella, la vende a lo que llama precios populares: “¡Precios populares para mujeres singulares!”. Violeta piensa que la emancipación de la mujer será cannábica o no será.

Marcelo opina que es una idealista y que perjudica al movimiento: “¿Cómo puede vender el gramo a dos euros en Madrid? Está reventando el mercado y desde un punto de vista sindical hace mucho daño a los cannabicultores. Violeta es una flower power que sin darse cuenta está al servicio del neoliberalismo más esclavista. Menos mal que solo pueden entrar mujeres sin depilar, si no, el daño sería irreparable”. Marcelo abriría el club a hombres y cuadruplicaría el precio de la hierba para que costara lo mismo que en la mayoría de asociaciones.

Cuando Marcelo le va con esas, Violeta le contesta que la lucha por la libertad de la maría no puede ser un trabajo ni convertirse en un negocio y que hay que ser coherentes con la dejadez fumeta y estar en contra de toda burocracia. Al parecer, en un comienzo, el club era llevado por una asamblea de socias, hasta que decidieron elevar los precios para vivir de las ventas, hacer contratos de trabajo y contar con un abogado para que pusiera todo en orden. “Una pesadilla, Clarita. Hasta les dio por poner unos sillones incomodísimos para que las que venían no se apalancasen, para que compraran y se fueran. Una locura. Esto parecía un bar cutre o una empresa de machirulos. Y yo lo que quería era un club de amigas”.

Violeta al principio se dejó llevar; hasta que quisieron que apareciera en los papeles como la arrendadora del local para, mediante un supuesto alquiler astronómico, hacerse legalmente con los beneficios que se estaban generando. Eso la enfadó muchísimo y, como el local era suyo, cambió la cerradura y cerró el chiringuito. Luego lo abrió con sus amigas más fieles y, desde entonces, el Violeta’s Club es un lugar de encuentro de mujeres fumetas donde nadie te pide el DNI ni se hacen negocios.

Este último mes hemos pasado más tiempo aquí que en casa. Siempre hay algo que hacer: papiroflexia, campeonato de damas, clases de automasaje, maratón de parchís, concurso de tortillas de patatas ecológicas, la noche del karaoke… En el día de San Valentín hicimos un taller en contra del amor romántico y una reunión de Tupper Sex que resultó muy entretenida.

Lo que más me ha gustado hasta ahora fue la sesión de yoga, vapor y autoconocimiento femenino. Cubrimos el suelo con colchonetas y mantas y en el centro colocamos el vaporizador con una carga de una variedad sativa indicada para estimular la libido. En el club hay calefacción central y el calor permite estar en manga corta. Y en bragas. La profesora de yoga, después de las primeras caladas, nos pidió que nos tumbáramos y empezó con una relajación guiada: “Siente la arena de la playa caliente en tu espalda, el sol en la cara, el sonido de las olas…”. Su voz resultaba muy convincente y con la ayuda de los efectos del vapor cannábico me metí de lleno en aquella playa imaginaria.

Luego nos pusimos con las posturas de yoga, y tras unos veinte minutos volvimos a estar tumbadas, una cerca de la otra, visualizando lo que la profesora de yoga nos iba diciendo. La excursión playera continuó por derroteros más íntimos: “Acercamos nuestras manos hasta encontrarnos con las manos de nuestras compañeras”, “nos tocamos”, “nos sentimos conectadas como las partes de un mismo animal”. Aunque había que seguir con los ojos cerrados, los abrí ligeramente cuando noté que eran más de cuatro las manos que me estaban magreando. Eran las manos de todas, 16 manos. Me había convertido, por ser la más nueva, en el centro de aquella espiral de autoconocimiento femenino. Podría haberme agobiado, pero todo era delicado y excitante. La profesora recordó que saber es experimentar el sabor y entonces fueron ocho las lenguas que empezaron a lamerme.

Supongo que querrán saber cómo terminó aquella sesión. Al no disponer de más espacio que esta página, confío el final a la imaginación del lector. Solo diré que estoy muy feliz de ser socia de este verdadero club de amigas, y que la liberación de la mujer será cannábica o no será.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #231

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