No paran de pasar cosas. Aquí mismo, en mi barrio, en Lavapiés, dos calles más arriba de mi casa, cayó muerto un senegalés fulminado por un infarto. La muerte fue seguida por disturbios debido a que Mame Mbaye, así se llamaba el hombre, momentos antes de que el corazón se le rompiese había sido perseguido por la policía local. La tragedia sirvió para hablar de las condiciones en las que sobreviven los que se dedican al top manta y para avergonzar al ayuntamiento “del cambio”, tan pendiente de perpetuarse en el poder, que no ha dudado en distinguirse aplicando desde el primer momento más mano dura con los manteros que el anterior gobierno del PP.
Yo a Mame no lo conocía, pero mis repartidores de hierba a domicilio habían compartido con él habitación en uno de esos pisos de camas calientes que ocupan los bajos de muchos edificios del barrio. Doce años llevaba Mame en España sin papeles; un buen ejemplo de nuestra famosa hospitalidad. Fue hace unas semanas y parece que ha pasado un siglo.
Ha llovido mucho desde entonces. Literalmente, en Madrid y en toda España no se recuerda unos meses tan lluviosos como estos. Yo pensaba que el cambio climático iba a beneficiarnos con un clima tropical, pero no: lluvia y frío, como en Escocia. Una depresión.
La única alegría de nuestra rabiosa realidad ha sido lo de que han pillado a Cristina Cifuentes y Pablo Casado falsificando su currículum. Su reacción al escándalo ha sido lo más escandaloso. Cómo mienten. Qué descaro. Y, sí, qué alegría ver su presente y su futuro político arruinados. Qué alegría y también qué depresión, pues esa gentuza es la que manda en la realidad.
Si durante el 15M llegamos a creer que esto que llamamos España se puede arreglar, ahora ya no hay duda de que es imposible. Si soy sincera, que España no tenga arreglo, es también una liberación. Cuando descubres que el problema no tiene solución, descubres que no hay tal problema, que no hay nada que arreglar porque las cosas son así. Y a por otra cosa butterfly. En el 15M pensábamos que la gente era maravillosa. Ahora ya sabemos que la gente es la gente, y que nada humano le es ajeno: ni lo bueno ni lo malo.
Pero que la realidad no pueda cambiarse, no significa que una tenga que conformarse con lo que hay, ni que tenga que endurecerse y torcer el gesto con una mueca de cinismo. La realidad está llena de agujeros y siempre es mejor querer que odiar a los demás. Aunque una pase por tonta. Realidades para-lelas, como dice mi amiga Trini, refiriéndose a esos espacios en los que todavía el amor y la amistad son posibles, lejos de los listos que nos toman por tontas.
Hay muchas formas de estar en el mundo. Y cada una tiene su droga, no crean. La realidad de lo que hay, por ejemplo, sería impensable sin la ayuda diurna del café, y de los hipnosedantes cuando llega la noche, y del alcohol cuando llega la fiesta.
¿Alguien duda de que la realidad sería otra si hubiera un cambio en las preferencias de consumo a favor de los psicodélicos? A mí me gusta pensar que los que usamos marihuana cultivamos el asombro y estamos más abiertos a lo imprevisible. Que la apertura emocional que nos da nos hace más vulnerables al amor y a la risa compartida. Que el sexo es más gozoso. Y que la forma en que nos permite habitar el tiempo es la mejor vacuna contra la tiranía del reloj.
Es posible que todo esto que estoy diciendo sea una tontería. Pero lo que nadie me puede negar es mi derecho a darle la espalda a lo que hay, a mi derecho a fumarme un canuto y olvidar el deprimente y agotador ruido de fondo que nos va volviendo insensibles. Las realidades para-lelas siguen los acontecimientos mundanos, pero con la distancia adecuada. La belleza existe. Cierro los ojos y floto en el espacio. Aquí hay sitio para todos.
¿Una caladita?