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Diez días - Editorial #240

A un siglo de los diez días que estremecieron al mundo, entre lo real y lo ilusorio, rememoramos algunos hechos poco conocidos sobre el consumo de estupefacientes en la época de la revolución rusa.

A un siglo de los diez días que estremecieron al mundo, entre lo real y lo ilusorio, rememoramos algunos hechos poco conocidos sobre el consumo de estupefacientes en la época de la revolución rusa.

Desde finales del siglo xix, la cocaína podía adquirirse en las farmacias rusas, aunque su uso recreativo entre bohemios, jóvenes y estudiantes no se inició hasta principios del siglo xx; posteriormente, el consumo aumentó progresivamente y acabó siendo percibido como un problema, por lo que se limitó el acceso a la sustancia mediante la implementación de recetas médicas que, pese a todo, no eran difíciles de obtener. Tras la adopción de esta medida empezó a desarrollarse el mercado negro.

Al inicio de la primera guerra mundial, y en su afán de enviar muchachos saludables al matadero, el gobierno ruso decretó la “ley seca”, que debía prolongarse en el tiempo, nada más y nada menos que hasta “el victorioso final del conflicto”; si bien algunos lograron eludir la prohibición, muchos otros decidieron recurrir a otras drogas, de modo que la popularidad de la cocaína fue en aumento.

Al estallar el conflicto, la industria farmacéutica rusa estaba poco desarrollada, y muchos medicamentos, entre los que se incluían los narcóticos, eran suministrados por Alemania, que al poco tiempo decidió suspender los suministros, lo que provocó graves problemas, como la falta de acceso, en plena guerra, a los imprescindibles anestésicos. El hecho de que la cocaína hubiera sido suministrada habitualmente por laboratorios alemanes disparó los rumores de que el objetivo venía siendo debilitar a la sociedad rusa y a su ejército. Se sabe que la cocaína seguía llegando al país de contrabando incluso a través de países neutrales; posiblemente, el hecho de que las rutas del tráfico pasaran por ciudades costeras contribuyó a que su consumo se propagará entre la marina de guerra.

Parece constatado el consumo de cocaína entre los miembros de la Flota del Báltico, que apoyaba a los bolcheviques. Probablemente, la propagación de drogas en la armada a partir de febrero de 1917 se debió a la degradación de las estructuras militares durante los cambios revolucionarios y a la debilidad de los mecanismos de control y disciplina.

Según un estudio elaborado en San Petersburgo, en 1924 entre el 70 y el 80% de los indigentes consumía “hada blanca”, como se denominaba popularmente a la cocaína; la caída de los precios la había vuelto un producto asequible para muchos, eso sí, en diferentes grados de adulteración.

Los bolcheviques hicieron lo posible para luchar contra el consumo de la droga, y en 1924 se aprobó una ley por la que los traficantes se enfrentaban a penas de diez años de prisión, con lo que, efectivamente, el tráfico disminuyó; sin embargo, algunos historiadores consideran que la medida más eficaz en la lucha contra el consumo de cocaína fue la abolición de la “ley seca”. Tras casi diez largos años de prohibición, en agosto de 1924, el gobierno volvió a permitir el consumo de licores, y la utilización de drogas cayó rápidamente. De este modo se volvió a una normalidad en la que el alcoholismo pasó a ser nuevamente una complicación mayor que el consumo de estupefacientes.

Actualmente, el alcoholismo es un problema de salud pública de primer orden en la Federación Rusa, y genera elevadas tasas de mortalidad, un 41% de las defunciones de hombres y un 27% de las de mujeres están vinculadas al consumo de alcohol.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #240

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