La falta de fármacos pensados específicamente para trastornos del espectro autista y los efectos secundarios de los antipsicóticos han llevado a muchas personas y familias a explorar el cannabis, sobre todo preparados ricos en CBD. Sin embargo, la mayoría de los ensayos clínicos se ha centrado en niños y adolescentes, con resultados todavía limitados.
En este nuevo trabajo, investigadoras de la Washington State University y la University of New Orleans se concentraron en adultos que usaban cannabis inhalado. Utilizaron datos anonimizados de Strainprint, una app canadiense donde las personas registran sus síntomas antes y después de consumir. El equipo analizó 5.932 sesiones de uso entre 2017 y 2023, realizadas por 111 personas autistas de 19 a 70 años.
Quienes participaban puntuaban sus síntomas en una escala de 1 a 10 en cuatro grupos: sensibilidad sensorial, conductas repetitivas, “ruido mental” (dificultad para concentrarse, pensamientos intrusivos) y afecto negativo (ansiedad, irritabilidad). En promedio, la intensidad global de los síntomas bajó alrededor de un 73 % tras el uso de cannabis, con mayor alivio cuando el malestar inicial era más alto.
La cantidad de caladas se relacionó con un mayor alivio, mientras que la proporción de THC y CBD no pareció marcar una gran diferencia en estos datos. Tampoco se observó un aumento claro de las dosis a lo largo del tiempo dentro del período estudiado.
Aun así, las autoras detectaron que, con el paso de las sesiones, los niveles de malestar antes de consumir tendían a subir en algunos ámbitos, como la ansiedad y las conductas repetitivas. Eso puede significar un empeoramiento del estado basal o simplemente que las personas registran la app sobre todo en momentos de crisis. Al ser un estudio observacional, sin grupo control y basado en autoevaluaciones subjetivas, sus resultados deben leerse con cautela.
Este tipo de trabajos recuerda que muchas personas adultas autistas ya usan cannabis para aliviar su malestar, a menudo en contextos de regulación parcial o de prohibición. El debate no debería centrarse en si “deberían” consumir, sino en cómo acompañarlas de forma segura, con información clara, regulaciones justas y marcos de salud pública que pongan la evidencia por encima del prejuicio.