El Programa de Nuevos Medicamentos en Investigación (IND) fue una excepción histórica a la política prohibicionista de EE UU. Comenzó tras una batalla legal emprendida por Robert C. Randall, paciente con glaucoma, quien en 1976 logró convertirse en el primer estadounidense en recibir cannabis por razones médicas.
El caso de Randall sentó las bases de un programa limitado, que permitió durante décadas que un pequeño grupo de usuarios con enfermedades graves accediera a cannabis cultivado y distribuido directamente por el gobierno federal.
Este suministro, destinado solo a pacientes inscritos, se cultivaba en la Universidad de Mississippi bajo supervisión federal. Luego, en Carolina del Norte, los cogollos se procesaban para fabricar cigarrillos prearmados de baja potencia (entre 3 y 4 % de THC). Cada paciente recibía una lata mensual con unos 300 cigarrillos etiquetados como "cannabis de potencia media". Se les indicaba consumir hasta 10 porros diarios para tratar afecciones como dolor crónico, glaucoma o espasticidad.

Aunque apenas trece personas llegaron a estar oficialmente inscritas, su existencia generó una paradoja: mientras millones eran perseguidos por consumir cannabis, el gobierno le entregaba cientos de porros a unos pocos. Irvin Rosenfeld, es uno de ellos y afirma haber fumado más de 135.000 cigarrillos desde 1982 sin experimentar efectos psicoactivos significativos, pero sí un alivio constante del dolor. Otra paciente activa, Elvy Musikka, atribuye al cannabis haber conservado la vista pese a un glaucoma severo.
El programa fue cerrado a nuevos participantes en 1992, tras una ola de solicitudes por parte de personas con VIH/SIDA que buscaban alivio para la caquexia (pérdida extrema de peso) y las náuseas. La decisión de no incorporar a nuevos pacientes tuvo una justificación política ya que las autoridades sanitarias temían que el acceso masivo al cannabis desde instancias oficiales debilitara el discurso de la "guerra contra las drogas" y se optó porque solo quienes ya estaban inscritos conservaron su derecho vitalicio.
Hoy, Rosenfeld y Musikka son los últimos pacientes activos del programa. Cada mes recogen su lata de cannabis en una farmacia local. Mientras tanto, el gobierno federal mantiene la postura de que el cannabis es una sustancia sin valor terapéutico reconocido.
