El síndrome –conocido en inglés como cannabinoid hyperemesis syndrome (CHS)– es en sí una paradoja ya que una sustancia asociada al alivio de náuseas puede, en ciertas personas, provocar episodios cíclicos de náuseas, dolor abdominal y vómitos persistentes. Los síntomas suelen comenzar dentro de 24 horas del último uso y pueden extenderse por días. Un dato repetido en la clínica es el alivio transitorio con duchas calientes, a veces de forma compulsiva.
Hasta ahora, muchos sistemas de salud registraban estos casos como náuseas y vómitos o como trastorno por cannabis. Con R11.16, la historia clínica puede reflejar el diagnóstico de manera directa, lo que simplifica consultas posteriores y permite que hospitales, aseguradoras e instituciones de salud pública cuenten casos con menos ruido estadístico. En Estados Unidos, el cambio se incorporó también a la adaptación clínica utilizada para facturación, facilitando que el diagnóstico quede visible para equipos asistenciales y de investigación.
La necesidad de una etiqueta propia se volvió más evidente en un estudio de JAMA Network Open que revisó 188,6 millones de atenciones de urgencia en EE UU (2016–2022). Como durante ese periodo CHS no tenía código específico, los autores identificaron casos “compatibles” cruzando diagnósticos de vómitos con registros de consumo de cannabis. La tasa estimada pasó de 4,4 por cada 100.000 visitas en 2016 a 33,1 en el segundo trimestre de 2020 y cerró 2022 alrededor de 22,3. El mayor riesgo se observó entre los consumidores entre 18 y 35 años.
Es importante destacar que la CIE-10 nombre este síndrome no convierte al cannabis en villano, pero sí empuja una conversación más honesta. En escenarios de regulación, la reducción de riesgos pasa por hablar de potencia, frecuencia y señales de alerta, además de asegurar que quien sufre vómitos recurrentes pueda consultar sin el temos a ser estigmatizado. Este código es, en definitiva, una herramienta que vuelve visible un problema, habilita investigación y mejora la atención.