La investigación, liderada por la Western Sydney University y otros centros académicos de Australia y Nueva Zelanda, encuestó a pacientes de 28 países. El 78 % de las participantes calificó al cannabis como “más efectivo” que sus tratamientos farmacológicos actuales o pasados y el mismo porcentaje reportó haber sufrido “efectos secundarios menos severos” con su uso.
Los resultados dew la encuesta arrojaron que el dolor crónico es el síntoma que más motiva a este a buscar alternativas: el 69 % recurrió al cannabis tras experimentar un control insuficiente con analgésicos u hormonales convencionales. Además, un 90 % dijo que recomendaría esta opción “a un familiar o amistad” que también padeciera la enfermedad, reflejo de la alta satisfacción percibida.
No obstante, la encuesta retrata un acceso mayoritariamente irregular: el 57 % adquiere flores o extractos por vías ilícitas, con temor a la pérdida del empleo por tests de drogas. Más de un tercio evita informar a su personal médico por miedo a la estigmatización, lo que complica la vigilancia de posibles interacciones farmacológicas.
Peso a lo anterior, los autores subrayan que el cannabis “se percibe como superior” a la farmacoterapia tradicional, pero urgen a realizar ensayos clínicos controlados y estudios que confirmen su seguridad y eficacia específicas para la endometriosis. Datos publicados en Archives of Gynecology and Obstetrics apuntan en la misma dirección: casi una de cada cinco pacientes ya utiliza cannabis para mitigar dolor pélvico u otros síntomas.
La evidencia emergente respalda lo que el movimiento de pacientes lleva años reclamando: acceso regulado, seguro y sin estigmas al cannabis terapéutico. Mientras persistan los vacíos legales y la desconfianza institucional, la endometriosis seguirá obligando a las pacientes a autogestionarse su salud al margen de los circuitos sanitarios establecidos.