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DMT: la guía para autoestopistas psiconáuticos

La DMT, una misteriosa sustancia que se muestra a sí misma como un enigma insondable. Es el momento de desentrañar todo lo que hay detrás de este acrónimo. Las líneas que siguen tratan de informar desde la propia experiencia y con claridad sobre el más poderoso enteógeno que se conoce, por si pudiera servir de algo a aquellos que decidan emprender su vuelo.

La DMT es probablemente el enteógeno más potente, fulminante, ubicuo y enigmático que existe. Su ubicuidad hace que, aunque no se sepa muy bien cuál es su funcionalidad, esté presente de una forma u otra en todos los seres vivos. Para muchos psiconautas se trata de un lugar al que no se atreven a entrar, un lugar sagrado y esotérico, una puerta al hiperespacio, tan celestial como alienígena, y una puerta también al infierno, a la disolución traumática e inevitable del yo, al derrumbamiento de toda la construcción que hace que nuestro mundo, nuestra vida al fin y al cabo, tenga sentido.

La “molécula del espíritu” lleva interactuando con el ser humano desde la noche de los tiempos. Forma parte de la composición de la ayahuasca, el mítico brebaje iniciático del Amazonas, del que ya los jesuitas dan noticias en el siglo xviii, afirmando que los indios la ingerían para ponerse en contacto con sus dioses, entre otros fines. En el siglo xx, la DMT asiste a numerosos hitos de la contracultura norteamericana, con Burroughs inyectándosela a finales de los años cincuenta en Tánger; presenciando el encuentro de Ken Kesey con los Merry Pranksters; asomando en el libro fundacional de Tom Wolfe, Ponche de ácido lisérgico; llegando a las manos de Terence McKenna tras su aparición en el campus de Berkeley; atravesando el movimiento neopsiquedélico de los noventa, y aterrizando definitivamente en la década del 2010 con un nuevo interés por parte de la comunidad científica más desprejuiciada.

Da la sensación de que todo en torno a la “molécula sagrada” es hiperbólico, transpersonal, estratosférico y alucinante, el factor X imprescindible para el desarrollo evolutivo de la conciencia universal, el desencadenante del punto omega, la parusía de la cultura occidental... Todo esto está muy bien, y desde luego es de lo más inspirador, pero empecemos por el principio.

La DMT llama a tu puerta

Es francamente complicado encontrar DMT en el mercado negro. De hecho, la síntesis en laboratorio de la N,N-dimetiltriptamina es muy cara, por lo que las redes del narcotráfico nunca han mostrado interés en incluirla entre sus ofertas. La forma más fácil de conseguir el spice (así llaman sus usuarios al DMT, haciendo referencia al melange spice que imaginó Frank Herbert en la saga de ciencia ficción Dune, aunque recientemente se ha empezado a emplear este término para referirse a un tipo de cannabinoides sintéticos, sin que tengan nada que ver) es extraerlo a partir de varias especies botánicas. La más popular es la Jurema preta, tepezcohuite o Mimosa hostilis. Se encuentra en América, desde México hasta la selva amazónica. Su primer uso documentado data del siglo viii aC, y además de para todo tipo de usos cosméticos, desde el tratamiento de quemaduras hasta el rejuvenecimiento de la piel y el cabello, es la preferida por la comunidad de usuarios de la DMT para su extracción, tanto por su elevada concentración del enteógeno como por su ausencia de impurezas o de otros componentes tóxicos. Si preferimos extraer el spice de una planta de origen ibérico, lo podemos hacer con varias especies de Phalaris, que crecen espontáneamente por toda la Península. Los usuarios que extraen por sus propios medios la DMT suelen ser reacios a venderla, ya que lo hacen para su autoconsumo, y su venta se considera algo casi herético. Con lo sagrado no se mercadea, y menos con el spice... Mi experiencia me ha enseñado que si uno de verdad quiere penetrar en el universo de la DMT, será la propia DMT la que acabe llamando a su puerta, de una manera u otra. Es solo cuestión de tiempo.

Ilustración: Ramón Sanmiguel

Formas de administración

Hay varias formas de administrarse la DMT. Una de ellas es ingerida, la famosa ayahuasca, siempre junto con alcaloides inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO), de origen vegetal, muy a menudo el Banisteriopsis caapi o yagé. Esto se debe a que en el estómago hay una enzima, la monoaminooxidasa, que bloquea los efectos de la DMT. El uso de IMAO implica tener un cierto cuidado en la dieta, como evitar tomar cerveza, vino o alimentos curados y encurtidos, y además hay que ser muy cuidadoso de no mezclarlos con el uso de antidepresivos y otras drogas recreativas como el éxtasis o el MDMA, ya que su sinergia puede ser fatal. Dicho esto, es importante aclarar que el viaje de ayahuasca es completamente diferente al de la DMT fumada o vaporizada. Es un viaje a menudo acompañado de náuseas y vómitos, que puede durar desde cuatro horas hasta doce, dependiendo de las redosificaciones, y que está muy ritualizado por parte de los chamanes del Amazonas, con resultados muy diferentes según la cultura y la aproximación anímica del usuario.

Existe otra manera, también ingerida, esta vez con IMAO sintéticos, a la que se le llama “pharmahuasca”. En este caso el viaje suele ser individual y autoadministrado, despojado del factor chamánico que acompaña (casi) siempre a la experiencia con la ayahuasca, y que no se recomienda en absoluto a neófitos, ya que la diferencia entre la dosis activa y una sobredosis es bastante crítica y resulta fácil de sobrepasar. Los efectos empiezan a notarse a la media hora de la ingesta de la DMT, lo que hace posible que se emprenda alguna actividad improvisada mientras se espera a que el combinado químico haga su efecto, como salir a comprar tabaco, abrir la puerta a una visita inesperada o cualquier otra contingencia, hecho que puede ser francamente desagradable si la experiencia visionaria empieza a desarrollarse en medio de estas actividades.

Por lo visto, la DMT, esta vez sin el acompañamiento de un IMAO, se puede esnifar, aunque por su pH hace mucho daño a las fosas nasales y precisa una gran cantidad de sustancia para ser efectiva. Es una vía poco recomendable, en cualquier caso. La vía parenteral solo se recomienda con DMT sintético y en forma de sal o “fumarate”, por lo que tampoco suele ser muy habitual.

Nos queda, por fin, la vaporización, que es el medio más común y más seguro que tenemos a nuestro alcance. El proceso de vaporización tiene su complejidad, ya que si calentamos mucho el spice puede quemarse, perdiendo eficacia y volviéndose tóxico para los pulmones. Existen pipas diseñadas específicamente para vaporizar la DMT, aunque la comunidad no se pone de acuerdo acerca de cuál es la mejor. Muchos se apañan con la clásica pipa de meth o de tina, y otros prefieren las pipas tipo Sherlock Holmes.

Digamos, en cualquier caso, que lo importante es contar con una fuente de calor potente, como un mechero turbo, y calentar la DMT desde una distancia prudencial, para evitar su combustión. También se usa cada vez más el cigarrillo electrónico, aunque para que sea efectivo hace falta usarlo con baterías regulables y además informarse acerca de la manera de disolver la DMT en el tanque del cigarrillo, ya que la DMT no es soluble en agua. Para los usuarios de vaporizadores electrónicos la labor es francamente sencilla. La temperatura que se suele aconsejar es en torno a los 190 ºC, los hay que la prefieren más alta porque el vapor es más denso, pero a partir de 200 ºC puede resultar, según sensibilidades, un poco incómodo para la garganta y provocar algún que otro ataque de tos, cosa que debemos evitar siempre que podamos.

DMT
Ilustración: Ramón Sanmiguel

Llegó la Changa

Existe un modo más cómodo de fumar la DMT, que es preparándolo junto con otras plantas en una especie de fórmula magistral conocida como changa. La changa suele llevar en pequeñas cantidades marihuana, flor de loto, opio y algún IMAO, lo que permite fumarlo como si fuera un porro o un cigarrillo normal. Con la changa uno puede ir controlando la dosificación calada a calada, y el efecto se alarga hasta los treinta minutos aproximadamente. La changa es, según mi experiencia, el medio más recomendable para introducirse en la DMT, ya que sus efectos, a pesar de ser prácticamente instantáneos, son menos fulminantes que la DMT vaporizada, y por lo tanto es un medio de acceso al viaje interestelar bastante más amable.

Calentando motores

Es muy importante, como cuando se toma cualquier tipo de enteógeno, elegir bien el momento y el lugar donde se va a hacer el viaje. Si estás pasando por un momento vital en el que hay asuntos que te preocupan, es mejor esperar a resolverlos, y es recomendable también elegir un día en el que no haya obligaciones sociales o laborales en el horizonte. El entorno debe ser cómodo y seguro, a prueba de visitas inesperadas. Si se toma a la intemperie hay que evitar hacerlo en la orilla de un río o un lago o cerca de un acantilado, ya que aunque normalmente el viaje se hace tumbado y sin moverse hay casos de personas que tienden al sonambulismo, y bajo los efectos del spice caer al agua puede ser fatal.

Se puede contar con la compañía de un amigo de confianza que vele por el psiconauta, aunque la experiencia de la DMT siempre es solitaria y prácticamente imposible de comunicar. Eso sí, al volver al mundo “real” siempre es reconfortante tener cerca a alguien querido para poder hablar de la aventura que se acaba de vivir. Se suele recomendar meditar un poco antes de lanzarse al hiperespacio y tener entre las manos un objeto personal reconocible, un objeto que simbolice nuestro ego, nuestro contacto con la cotidianeidad, para que, al despegar a la otra dimensión, no tengamos miedo de no encontrar el camino de vuelta. De hecho, siempre se encuentra ese camino. Pero las primeras veces no está de más dejar un rastro de migas de pan, como hicieron Hansel y Gretel.

Un viaje eterno de un cuarto de hora

La dosis habitual cuando se fuma es entre 30-60 mg. No recomendaría empezar con dosis más altas, aunque si no se fuma correctamente es normal perder parte del spice, lo que termina obligando a redosificar. Si se hace correctamente, basta con dar dos o tres caladas profundas a esa cantidad de DMT vaporizada para entrar vertiginosamente en un viaje que suele durar unos quince minutos a nivel objetivo, aunque la experiencia subjetiva puede ser eterna. La sensación es parecida al descenso a través de una rampa espiral hacia el centro de la Tierra, atravesando toda clase de paisajes de una belleza inefable, todo dominado por una vibración cósmica muy parecida al amor, aunque toda esta belleza en cualquier momento se puede convertir en algo terrorífico. Todo es muy rápido, y los procesos mentales habituales no tienen cabida. Aquí el psiconauta tiene que comprender que el miedo no es más que el billete que hay que pagar para emprender el viaje. Ese miedo, profundo y abstracto, hay que superarlo y dejarse llevar por el éxtasis de la experiencia.

Es normal encontrarse con entidades no humanas y entablar diálogos con ellas. El hiperespacio es infinito, y nuestra presencia es tan fascinante para los seres que habitan en él como ellos lo son para nosotros. Estas entidades casi siempre son benignas, aunque también las hay malignas y monstruosas. Pueden ser desde los dioses primigenios hasta extraterrestres de formas inimaginables. El psiconauta aprehende por fin la dimensión de lo sagrado, y puede experimentar desde la muerte hasta un renacimiento, viéndose a sí mismo como el feto del 2001, recorriendo todo el proceso evolutivo de su especie hasta la conquista del universo y de la otra dimensión... Para mí, la DMT es un lugar, un espacio a la vez ajeno y propio; un lugar que siempre está ahí, esperando a que vayas a visitarlo.

Al volver no es raro llorar, como se llora al nacer, abrumado por todo lo vivido. Al psiconauta le queda integrar la experiencia en su vida ordinaria, dar las gracias por haber vislumbrado otros mundos y asumir con humildad la enseñanza de la DMT. Es sorprendente comprobar cómo un viaje semejante no deja casi ninguna resaca, en el aspecto físico al menos.

A pesar de que no se conocen casos de muerte por sobredosis y que es una sustancia que no crea adicción, la DMT se incluyó en la lista más restrictiva que hay a nivel legal, impidiendo su investigación salvo en casos excepcionales y muy recientes. Hay toda clase de teorías conspiranoicas acerca de esta medida por parte del poder, aunque, francamente, un lugar como el que se esconde en la DMT cuantos menos turistas lo pisen mejor que mejor...

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #239

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