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Daniel Paiva y el lugar del cómic cannábico en Brasil

En conversación con Cáñamo, el dibujante brasileño Daniel Paiva explica por qué convirtió la marihuana en tema central de su obra y cómo, en Brasil, la discusión sobre el cannabis sigue dándose constantemente en la calle, los tribunales y continúa siendo un territorio en disputa en el lenguaje.

En Brasil, una misma planta puede ser una viñeta de una historieta, medicina o delito, según el barrio, el color de piel y el policía de turno. En ese sentido, Daniel Paiva aprendió temprano y después lo confirmó desde su trabajo como dibujante que la disputa por la marihuana también se libra en el imaginario. 

De adolescente, Planet Hemp le puso nombre y ritmo a una indignación que después llevaría a la viñeta de sus caricaturas. Desde que empezó a publicarlas, dice, la marihuana apareció como tema recurrente: “historietas cannábicas” desde 2004, en paralelo a su participación en colectivos por la legalización. En su relato, es una toma de posición frente a un país que él describe atravesado por la “guerra contra las drogas” y por una política prohibicionista que multiplica violencia.

En esa indignación se cuela una idea que también es una herramienta y que propone separar “cultura del cannabis” de “cultura cannábica”. Paiva lo explica desde la etimología cotidiana: cultura viene de cultivo. Para él, una cosa es el saber técnico y comunitario de plantar, seleccionar, conservar y transmitir conocimientos sobre la planta; otra, el universo simbólico y social que creció alrededor de sus flores. Y ahí aparece su intuición más potente: el cannabis sería, entre las plantas psicoactivas, la que arrastra una constelación cultural particularmente densa –música, cine, literatura, humor, historieta– donde estilos enteros (como el reggae) se vuelven casi inseparables de la imagen de fumar.

Esa diferencia, insiste, no es un capricho teórico. Durante décadas, el conocimiento del cultivo se transmitió en clave marginal –oralidad, publicaciones clandestinas, aprendizaje underground– porque hasta aprender a plantar podía ser leído como delito. Al mismo tiempo, la cultura cannábica se volvió una lengua franca para quienes se reconocen en la contracultura: chistes, personajes “colocados”, viñetas que funcionan como códigos compartidos. Paiva asume esa línea y su trabajo, dice, dialoga con una tradición de cómic para adultos que discute costumbres, drogas y política.

En el debate brasileño, el lenguaje también es un frente. Paiva observa el tira y afloja entre “marihuana” y “cannabis”, alimentado por la expansión del uso medicinal. “Cannabis medicinal” suena presentable; “maconha” arrastra estigma. Pero él rechaza la idea de esta lógica sanitaria que olvida a quienes empujaron la discusión durante años: activistas y cultivadores que conservaron genéticas, semillas y prácticas, muchas veces en la ilegalidad. También cuestiona el rótulo “uso recreativo”, que le suena infantil. Propone pensarlo como “uso adulto” o “social” donde el porro puede ser pausa, un vino al final del día o una elección informada.

Dos páginas de Diamba: Histórias do Proibicionismo no Brasil de Daniel Paiva.

Dos páginas de Diamba: Histórias do Proibicionismo no Brasil de Daniel Paiva.

Paiva recuerda que en Brasil el consumo no se trata como un delito en el sentido clásico, pero la aplicación práctica de la ley dejó por años una grieta entre usuario y traficante que podía depender del criterio del policía. Según su lectura, esa ambigüedad golpeó con fuerza a jóvenes negros de periferias y favelas y explica por qué una norma celebrada como avance terminó funcionando como máquina de encarcelamiento. En 2024, el Supremo Tribunal Federal fijó un parámetro para presumir uso personal –hasta 40 gramos o seis plantas hembra–, pero Paiva advierte que el verdadero efecto se medirá en la calle y -también- si el Estado revisa condenas previas de personas presas con cantidades inferiores.

El CBD, en este contexto, le estaría cambiando la cabeza a un Brasil conservador cuando entra con evidencia de alivio y mejora de vida. Paiva critica que el acceso, en muchos casos, dependa de importaciones costosas o de un camino judicial difícil. En ese contexto, la red de asociaciones que cultivan y producen aceites a menor costo aparece como respuesta comunitaria a un sistema desigual, y como recordatorio de que la regulación no es solo un mercado.

Hacer historietas –dice Paiva– ya es tomar partido en una sociedad donde la maconha todavía es vista como un peligro para la sociedad. Y quizá ahí está la clave de su propuesta, porque cuando el debate se reduce a gramos, plantas y sanciones, se pierde lo que el prohibicionismo también persigue. Nombrar, dibujar, reírse y cultivar son formas de memoria. En Brasil, donde la ley cambia lento y la violencia cambia rápido, la cultura cannábica no es un accesorio del debate, es más bien un motor de cambio.

¿Cultura del cannabis o cultura canábica?

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