El punto de discusión es técnico, pero el fondo es político y económico ya que si Brasil se queda solo en la parte medicinal, el potencial del cáñamo quedará acotado. Por eso, organizaciones como Embrapa (una entidad estatal de investigación agropecuaria) y el Instituto Ficus entregaron propuestas para ampliar el enfoque que buscan desarrollar una regulación clara, que permita cultivar cáñamo con hasta 0,3% de THC (el límite más aceptado a nivel global) y que distinga bien entre usos médicos y usos industriales.
El ejemplo de Estados Unidos sirve como espejo para las decisiones brasileñas. Allí el cultivo de cáñamo industrial movió 445 millones de dólares en 2024, aunque con altibajos por falta de regulación estable y saturación en ciertos productos. Para voces del sector, como Rafael Redwood (USA Hemp), Brasil puede evitar esos errores si se enfoca desde el principio en aprovechar toda la planta y no solo sus compuestos más conocidos.
Además del potencial económico, hay razones ecológicas. El cáñamo puede cultivarse en zonas degradadas, sin necesidad de talar bosques y ayuda a capturar carbono de la atmósfera. Si se apoya con inversión en tecnologías para procesarlo localmente, podría impulsar nuevas industrias en fibras textiles, bioplásticos o alimentos. Pero sin una norma que lo habilite, todo eso queda en el aire.
Lo que preocupa a muchas personas del sector es que el Gobierno regule el cáñamo como si fuera marihuana psicoactiva, eso haría inviable su cultivo a gran escala. Por eso piden reglas proporcionales, que aseguren trazabilidad y control, pero que no asfixien el desarrollo agrícola.
Las empresas ya están tomando nota. USA Hemp Pharmaceuticals, por ejemplo, abrió su sede en Brasil invirtiendo 5 millones de reales, apostando por el crecimiento del mercado y la formación médica. En ese sentido, las proyecciones son grandes y se espera que el mercado global de fibra de cáñamo crezca de 11 mil a 36 mil millones de dólares en los próximos cinco años.