Las y los participantes de la investigación, fueron instruidos para no consumir cannabis durante al menos 48 horas antes de acudir al laboratorio, donde se midieron sus concentraciones basales de THC en sangre y se evaluó su habilidad al volante mediante un simulador. A pesar de la abstinencia, el 43% superaba los 0,5 ng/mL asociados a leyes de “tolerancia cero”, un 24% alcanzaba o rebasaba los 2 ng/mL y un 5,3% excedía los 5 ng/mL, umbrales usados en varios estados de EE UU como prueba automática de conducción bajo los efectos del cannabis.
Sin embargo, al comparar el rendimiento en el simulador entre quienes estaban por encima o por debajo de esos valores, no se observaron diferencias significativas. Incluso en el pequeño grupo con concentraciones basales de hasta 16 ng/mL, la conducción no fue peor que la del resto de participantes. Para el equipo investigador, esto confirma que una medición aislada de THC en sangre, tomada fuera de una situación de consumo inmediato, no refleja de forma fiable la capacidad real para conducir, especialmente en personas con uso frecuente y elevada tolerancia.
El trabajo se suma a estudios que cuestionan la idea de un “número mágico” de THC asociado linealmente al riesgo de accidente. THC es lipófilo, se acumula en el tejido graso y puede seguir siendo detectable días después del último consumo sin deterioro observable. Aun así, varios estados de EE UU mantienen límites per se de 2 o 5 ng/mL y otros aplican tolerancia cero, donde basta rebasar la cifra para enfrentar sanciones penales.
Desde una perspectiva de salud pública y derechos, la investigación recuerda que la seguridad vial no puede reducirse a una cifra en un informe toxicológico. Mantener límites rígidos sin base científica sólida favorece la criminalización de los consumidores, especialmente de quienes lo hacen de forma frecuente o terapéutica. Evaluar el comportamiento real al volante y reforzar las pruebas de sobriedad específicas ofrece un camino más coherente, basado en evidencia y reducción de daños.