El protagonista es Lanmaoa asiatica, un hongo comestible llamado en China como jian shou qing (por cómo se vuelve azul al tocarlo), nonda en Papúa y sedesdem en Filipinas. El episodio aparece, sobre todo, cuando se consume poco cocido, en salteados rápidos o sopas. Los reportes describen figuras humanas de unos dos centímetros que interactúan con el entorno real. Registros del Hospital de Yunnan citados por investigadores indican que el 96% de los pacientes afectados refiere esta escena.
El patrón no es solo moderno ya que existe evidencia histórica registrada en un texto taoísta del siglo III donde se menciona que el mencionado hongo, ingerido crudo, permitiría “ver a una persona pequeña” y obtener trascendencia inmediata. Esa continuidad –tradición oral, mercados y hospitales– vuelve difícil reducirlo a una sugestión cultural.
Para la ciencia, el rompecabezas es que los análisis químicos y genómicos no han hallado compuestos psicoactivos conocidos, ni rastro de psilocibina. Aun así, extractos del hongo alteran la conducta de ratones frente a controles, señal de una molécula neuroactiva aún no identificada. La forma de trabajo del equipo es fraccionar esos extractos, probar cada fracción e ir cerrando el cerco. En paralelo arman una base de datos del género Lanmaoa para seguir su historia evolutiva.
Las alucinaciones de entidades diminutas, “ancladas” al ambiente real se repiten de forma consistente de tal forma que una reciente revisión sistemática de 145 reportes clínicos las describe como visuales en 61% de los casos y multimodales en 39%, y casi siempre interactuando sobre el mundo cotidiano.
Si el hongo Lanmaoa asiatica esconde un compuesto nuevo capaz de provocar un efecto tan específico –miniaturas con voluntad propia–, el hallazgo podría reabrir preguntas sobre cómo el cerebro construye realidad y por qué ciertas imágenes se repiten. Por ahora, el misterio sigue en el plato y en los laboratorios que los están estudiando.