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Frente al interés actual de la industria farmacéutica por la ketamina para el tratamiento de la depresión severa no se deben olvidar los logros del uso de esta sustancia en psicoterapia, en procesos terapéuticos correctamente supervisados y con la adecuada integración posterior de la experiencia.

Breve historia de una sustancia única

Ketamina, Ketalandia, cereal, special k, gel… Desde que Calvin Stevens la descubrió en 1962 y fue usada por primera vez en la práctica clínica tres años más tarde, la ketamina ha recorrido un camino corto, particular y, a veces, accidentado hasta llegar a ocupar portadas, páginas webs, estudios científicos y folletos de centros de salud. Además de su uso clínico, resulta que desde finales del siglo pasado la presencia de doña Ketamina ha sido permanente en numerosos ambientes recreativos donde son frecuentes las visitas al país de Ketalandia. En este sentido, pues, circunscribir el actual consumo recreativo de ketamina al ambiente rave sería quedarse corto.

Son muchas las particularidades que diferencian esta substancia del resto de enteógenos o psicodélicos, y son justamente esas mismas peculiaridades las que han tejido su historia. Por un lado, y a diferencia de las feniletilaminas, la LSD o las triptaminas, la ketamina es una substancia sin ningún análogo conocido en la naturaleza. Como en el caso de otros enteógenos populares, también su aparición estuvo relacionada con la investigación científica buscando anestésicos más eficaces que los existentes en aquel momento. Y aunque inicialmente la ketamina cumplió con su propósito como anestésico, sucedió que años más tarde comenzaron a desplegarse otras numerosas e interesantes aplicaciones que nos conducen hasta la actualidad.

Así pues, no transcurrió demasiado tiempo desde que la ketamina saltó del estricto círculo médico al ambiente recreacional y/o psiconáutico, sentando, a la vez, las bases de su nueva aplicación potencial en psicoterapia. Si vamos al inicio, fue en la década de los años 1970 cuando la FDA, en Estados Unidos, aprobó su usó hospitalario y veterinario. Por aquel entonces, hace hoy medio siglo, aún no se había descubierto nada acerca de sus propiedades farmacológicas como antidepresivo que actúa por la vía del neurotransmisor glutamato, ni de su posible utilidad para el tratamiento de otros trastornos psicológicos. Y es que, de nuevo como en el caso de otros enteógenos, el descubrimiento popular de sus propiedades “reveladoras del contenido mental” –significado original de la palabra psicodélico– precedió al descubrimiento de los procesos neuroquímicos, que hoy apuntan a prometedoras posibilidades en el tratamiento de la depresión severa. El último informe de la Agencia Española del Medicamento sobre el consumo de antidepresivos, publicado en el 2013, señala que, además de ser España el país que va en la cabeza de Europa en cuanto al consumo de antidepresivos, entre los años 2000 y 2013 este consumo no había hecho más que aumentar constantemente. En resumidas cuentas, lo que el informe refleja es que cada vez hay más personas que sufren de trastornos anímicos, que cada vez los médicos diagnostican más este tipo de enfermedad y que, día a día, se tipifican más trastornos mentales –como los TEA– que antes no lo eran. Desde el 2013 no se ha publicado ningún otro estudio sobre la tendencia de los últimos siete u ocho años, pero no es muy arriesgado pensar que la realidad debe haber seguido en la misma dirección, dada la deriva global, social y por ende médica en la que nos vemos sumidos desde hace décadas, sumándole a ello los recientes efectos psicológicos que la COVID-19 está causando en la población.

Esta historia aquí abreviada ayuda a entender mejor que buena parte de la investigación reciente patrocinada por parte de los nada altruistas laboratorios farmacéuticos responde a meros intereses mercantiles focalizados hacia un mercado –el tratamiento de la depresión severa– en expansión que, a la vez y farmacológicamente hablando, permanece sin mejorar desde hace décadas.

Otra de las cualidades recientemente descubierta en la ketamina es que, además de ser una substancia única, actúa tanto por la vía neurológica o biologista como por la que podríamos denominar “vía de acción psicodélica”, explorada por los precursores de la investigación con ketamina, que la proporcionaron a numerosas personas en contextos terapéuticos pioneros, y por los psiconautas, que durante años experimentaron en sí mismos los efectos, al igual que sucedió en los inicios de la investigación terapéutica con MDMA o LSD. No obstante, y a diferencia de estos dos psicotropos clásicos, el potencial adictivo de la ketamina ha provocado que alguna de estas historias haya tenido un final trágico.

También ha pesado el hecho de tratarse de un fármaco de uso legal, y el hecho de que la expiración del registro de la patente haya favorecido un marco de investigación y experimentación único en comparación con otras substancias todavía prohibidas a día de hoy.

Los efectos sanadores de la acción psicodélica de la ketamina

"La ketamina impulsa la toma de consciencia y la reintegración de material psíquico inconsciente. Este proceso conlleva la desaparición del síntoma, traduciéndose posteriormente en una reestructuración cognitiva del yo y en la adquisición de nuevos patrones saludables de pensamiento y de conducta"

Para comprender la múltiple acción y utilidad de la ketamina es necesario revisar los ejes centrales del modelo médico. En este marco convencional se establece que la enfermedad –en este caso mental– proviene de un desequilibrio neuroquímico y se manifiesta en un síntoma, y es la desaparición de este el objetivo principal a conseguir por parte del fármaco: “¿Le duele a usted la cabeza? Con tal pastilla no le dolerá”; “¿Te sientes triste, muchacho? Bien, con este medicamento ya no sentirás tristeza”.

El descubrimiento de que la ketamina puede actuar siguiendo este modelo centrado en la remisión de la depresión resistente a otros tratamientos ha sido el que realmente ha llamado la atención de las corporaciones farmacéuticas, que han iniciado su carrera hacia la producción y oferta de un medicamento válido. Y aquí está la trampa. Tales laboratorios han patentado una molécula de ketamina ligeramente distinta a la original, siendo la empresa Janssen la que en el 2019 comenzó a comercializar su espray intranasal a base de esketamina para el tratamiento de la depresión. Esta aprobación de la patente estuvo envuelta en polémica a causa del elevado coste del tratamiento, de las exigentes prescripciones para conseguirlo y de lo poco novedoso que era, ya que la esketamina es una de las dos formas espejo que conforman la molécula de ketamina. Es decir, que patentaron sin el menor rubor una molécula bastante –por no decir muy– parecida a la original.

A pesar de todo ello, el efecto de la ketamina explicado por la vía de su acción bioquímica tan solo representa un pequeño porcentaje de la enorme cantidad de potenciales aplicaciones que tiene en psicoterapia si, en cambio, consideramos su vía de acción como enteógeno o psicodélico. Entendiendo el efecto sanador de la ketamina por esta segunda vía, la visionaria, encontramos que determinados trastornos psicológicos, como los trastornos del estado de ánimo o ciertas perturbaciones emocionales y depresiones, son primordialmente causados por la existencia de material inconsciente reprimido, o bien por un contacto anómalo o casi inexistente entre el self, entendido como totalidad del contenido mental, y el yo, lo cual provoca la manifestación del síntoma negativo del trastorno. Así entendido, resulta que es el propio efecto de la ketamina el que, además de ofrecer al sujeto un papel activo en su propia curación, al tener que aceptar su mundo interno, impulsa la toma de consciencia y la reintegración de material psíquico inconsciente. Este es el proceso que conlleva la desaparición del síntoma, traduciéndose posteriormente en una reestructuración cognitiva del yo y en la adquisición de nuevos patrones saludables de pensamiento y de conducta.

Esta fue la primera forma de utilización psicoterapéutica de la ketamina y la que marcó la pauta de actuación hasta la llegada del cambio de milenio, momento en que comenzaron las investigaciones científicas sobre los efectos a nivel neuro y bioquímico.

Sea como inductora de experiencias místicas, de estados disociados, de la conmoción que se asocia a la muerte, de viajes psicodélicos o de psicosis reversibles, son muchas las variantes y modos de uso descubiertos en esta vía terapéutica a lo largo de los últimos cincuenta años. Pioneros como el psiquiatra mexicano Salvador Roquet y su terapia de psicosíntesis, como el médico checoeslovaco afincado en Estados Unidos Stanislav Grof y las sesiones de psicología transpersonal o como el antropólogo catalán Josep M. Fericgla en los ritos iniciáticos y terapéuticos de incremento asistido de la consciencia (INASCIA), desarrollaron sus propios métodos para la utilización de la ketamina en procesos terapéuticos correctamente supervisados y con la adecuada elaboración e integración posterior de la experiencia. Estos dos últimos aspectos, en general bastante abandonados, llegan a tener tanta importancia en el resultado final como la experiencia en sí misma.

Por un uso fuera del mercado farmacéutico

En la actualidad existen clínicas que utilizan la ketamina aprovechando las diversas vías terapéuticas mencionadas en las líneas anteriores, adaptándose en cada caso a las necesidades del propio paciente. Es por ello que, frente a la “aparición de tratamientos innovadores” –en realidad poco creativos y, en algún caso, de coste desproporcionado–, es necesario reivindicar el uso de la ketamina fuera del mercado farmacéutico. Como es bien sabido, cuando esta substancia u otros enteógenos del probado efecto beneficioso caen bajo las zarpas de las farmacéuticas, como ocurrió con la patente de la ayahuasca a finales del siglo pasado, son estas corporaciones las que indirectamente imponen quién puede aplicarlos, cómo y a qué precio, sin el menor respeto ni por el probado y empírico uso popular, gracias al que debemos frecuentes descubrimientos de los efectos sanadores, ni por el real interés hacia la salud pública.

Entre todos debemos sembrar un futuro en el que se integre el uso de substancias enteógenas en la práctica clínica, considerando que tales substancias, usadas desde el albor de la humanidad, son el motor de una transformación sanadora que actúa en el mundo interior del paciente, si bien guiando siempre el efecto psicotrópico a través de una supervisión realizada por verdaderos especialistas en estados expandidos de consciencia.

Pese a los prometedores resultados de la investigación científica, delegar estas substancias y sus tratamientos únicamente a las compañías farmacéuticas y a sus métodos –repito– representa una ofensa tanto para los que las utilizan, como para las innumerables personas que se pueden ver beneficiadas de sus efectos positivos. Como muestra de eso, lo que está sucediendo actualmente con el oscuro y sucio tema de las vacunas contra el coronavirus, de las que ciertas corporaciones farmacéuticas, tras recibir ingentes cantidades de miles de millones de euros y de dólares de nuestro dinero público para acelerar la investigación, ahora se niegan a facilitar el número pactado para cada país, aduciendo inaceptables argumentos logísticos.

Por suerte, gracias a las crecientes reivindicaciones del uso terapéutico de las substancias psicodélicas, cada vez hay más personas que se ven beneficiadas por su utilización de mano de profesionales. En el caso de la ketamina, debido a su particularidad por tratarse de un anestésico legal, se evita tener que repetir el tortuoso camino hacia la legalidad que otros psicodélicos llevan recorriendo durante más de cuatro décadas, buscando la aprobación de su uso. Pese a ello –insisto–, y dado el peligro de una excesiva afición a viajar a Ketalandia, es necesario tener una formación adecuada acerca de cómo diseñar un marco terapéutico específico, acerca de la gestión de la experiencia, de los métodos de elaboración e integración y de los riesgos asociados a esta substancia tan polivalente que es la ketamina.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #279

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