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Trastorno por uso de cannabis: qué dicen los datos en EE UU

A partir de cifras recientes en ese país, vuelve al debate el llamado trastorno por uso de cannabis. Entonces ¿cuál es su prevalencia real, cuán grave puede ser y cómo evitar interpretaciones alarmistas?

El trastorno por uso de cannabis (CUD, por sus siglas en inglés) es una categoría diagnóstica reconocida por los manuales clínicos, pero también una herramienta que ha sido utilizada en discursos que refuerzan el estigma o justifican políticas prohibicionistas. En medio del avance de regulaciones en distintos países, vale la pena revisar qué dice la evidencia científica más reciente.

Según la Encuesta Nacional sobre Uso de Drogas y Salud (NSDUH) de Estados Unidos, el 6,8% de la población de 12 años o más cumplió criterios de CUD en 2023, lo que equivale a unas 19,2 millones de personas. Sin embargo, la prevalencia indica que en personas adultas de 26 años o más la cifra es del 5,5%, mientras que entre jóvenes de 18 a 25 años asciende al 16,6%. Estas diferencias etarias obligan a enfocar los mensajes de salud pública con especial atención a la edad de inicio y a la frecuencia de uso.

Otro dato relevante es el que indica que alrededor del 30% de las personas que usan cannabis podrían cumplir criterios de CUD en algún momento. Esta aparente contradicción con el 6,8% de prevalencia se aclara al observar que, mientras el 6,8% corresponde a la población general, el 30% se calcula sobre la población usuaria de cannabis.

Sobre la abstinencia, la literatura clínica ha documentado un síndrome asociado al cese del consumo de cannabis con insomnio, irritabilidad, ansiedad o disminución del apetito. Pero a diferencia de otras sustancias, como el alcohol o las benzodiacepinas, el síndrome de abstinencia por cannabis raramente implica hospitalización o riesgo vital. Por eso esta diferencia es clave para evitar confusiones, ya que reconocer el CUD no implica equiparar su gravedad con la de otras adicciones.

Discutir el trastorno por uso de cannabis sin trampas retóricas es un requisito ético en sociedades que avanzan hacia la regulación. Reconocer riesgos reales—frecuencia, potencia, edad de inicio— permite diseñar políticas y prácticas de reducción de daños más efectivas. El dilema no es si “preocuparnos” o no, sino cómo se incorporan datos, sin estigma y desde una posición contraria a la prohibición que, una y otra vez, ha demostrado ser el peor marco para la salud pública.

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