La presencia de metales pesados en el cannabis es una preocupación creciente en los mercados legales. La planta puede absorber y almacenar elementos tóxicos como arsénico, plomo, cadmio o mercurio en sus tejidos. Esta capacidad, si bien resulta útil para descontaminar suelos, se convierte en un problema cuando el destino de la cosecha son productos inhalados o ingeridos por usuarios.
En Estados Unidos, numerosos estados imponen límites estrictos para estos contaminantes y cualquier lote que los supere queda fuera del circuito comercial. Las fuentes de metales pesados son diversas y pueden provenir del suelo, de fertilizantes, compost, agua de riego o incluso de tuberías antiguas que transportan agua. El caso del arsénico, presente en algunos pesticidas y del plomo o cadmio, frecuentes en áreas cercanas a industrias metalúrgicas, ilustra la amplitud del riesgo.
Incluso los cultivos en interior, donde se presume un control absoluto, están expuestos. Los sistemas de riego, el tipo de agua y los insumos agrícolas pueden ser fuentes de contaminación inadvertida. La presencia de corrosión en tuberías o residuos de metales acumulados en las instalaciones puede comprometer la inocuidad del producto final. Por eso, se recomienda analizar tanto el agua de entrada como la recirculada y realizar limpiezas preventivas entre ciclos de cultivo.
Sin embargo, ciertas prácticas ayudan a limitar la absorción de metales. Una de ellas es mantener el pH del sustrato en rangos adecuados, lo que permite reducir la solubilidad de los metales y favorece una nutrición equilibrada. También se destaca la adopción del manejo integrado de plagas, que evita el uso de plaguicidas convencionales. También es importante medir regularmente la conductividad eléctrica y el pH, ya que permite detectar posibles alteraciones que inciden en la biodisponibilidad de los metales.
La evidencia científica sobre el tema comienza a consolidarse. Un estudio reciente en la revista HortScience analizó cultivos de cáñamo, mostaza y col rizada en fibra de coco y encontró que el cadmio es el metal más absorbido por el cáñamo, seguido por arsénico y plomo. La investigación confirmó que incluso insumos habituales como turbas o compost pueden contener estos elementos, aunque no siempre en formas disponibles para la planta.
Cabe mencionar que el peligro no reside en la planta, sino en las condiciones en las que se produce. Frente a los mercados ilegales, donde no existen controles, la regulación ofrece una herramienta para garantizar que lo que se consume sea seguro. Pero esa promesa solo se cumple si el control abarca cada eslabón de la cadena y si los laboratorios ajustan sus protocolos a las características reales del cultivo.